LA VIDA FELIZ: “Artículo de una aproximación al pensamiento de San Agustín sobre la Felicidad”


Muchas personas piensan en la actualidad que la felicidad, ese estado de satisfacción y realización no existe, que no se puede dar por lo ilimitado y concurrente de las necesidades del hombre reduciendo así su felicidad a un orden material, en el tener y haciendo del concepto de “felicidad” solo eso un concepto, una idea utópica e inalcanzable.

Es que de verdad, ¿la felicidad existe?, ¿se puede vivir una vida feliz? Según lo antes expresado –síntoma actual de nuestra sociedad- es imposible pero también existen personas que en su espíritu ascético – religioso piensan que en esta vida la del ser mediato y corporal nunca se puede ser feliz y conciben su existencia como un dualismo: vida del cuerpo terrenal y vida espiritual ultraterrenal, piensan que cuanto más suframos o pasemos problemas podremos alcanzar una felicidad completa, irrevocable en un mundo o realidad celestial espiritual. Pero, ¿Para qué existimos?, ¿Para qué estamos en el mundo, en el hoy?, ¿Para ser infelices y anhelar algo tan sublime y celestial? Quien no haya sentido algo de felicidad en su vida no podrá anhelar aquella felicidad completa, pues no le habría conocido ni en su más ínfima proporción, no se puede querer algo que no ha sido conocido, ni sentido, más aún la felicidad que dinamiza nuestro ser personal. Por eso creo, que la felicidad empieza en la tierra, en la realidad, en el hoy que vivimos cada día.

Para empezar nuestro estudio, al igual que en San Agustín será necesario que nos preguntemos por la definición y concepto de nuestro tema antes que por su origen y finalidad: “La Felicidad”. ¿Qué es la felicidad? A través de la historia muchos hombres la han buscado y querido alcanzar como una meta personal, está allí su definición: Una meta en la que se realiza el hombre, solo él que posee una capacidad racional y que por su composición ontológica: cuerpo y alma espiritual no se conforma con lo que simplemente se acaba y cambia. “La felicidad es por lo tanto propia del hombre”. El diccionario de la lengua española lo define como “Un estado de ánimo del ser para lo que quiere ser corresponde con lo que es en realidad”. Es en verdad un estado quisciente propio del ser persona, que se identifica con su naturaleza. Si el hombre no poseyera cuerpo y alma espiritual, nunca se habría preguntado por lo que hay más allá de satisfacer una necesidad real material, ¿cómo llenar mi parte espiritual? Si el hombre no tuviera razón no se habría identificado con la realidad, ni sentido feliz y al igual que el animal solo se habría contentado con llenar su estómago de alimentos y usar de su actividad sexual para reproducirse. Pero al hombre no le basta con esto en su vida porque vive y degusta al existir busca la impasibilidad y permanecer por siempre, por lo tanto, este anhelo de felicidad no se queda en lo pasajero y al igual como sus aspiraciones infinitas busca su perennidad. Esta concepción profunda de felicidad es la más propia al ser humano según sus facultades, en el que la realización sea eterna y sin variación; a veces rozando la utopía, sintiéndola inalcanzable sobre todo en el hombre materializado que mirando sus deseos y su condición limitada no lo alcanza, rechazando su existencia y buscando su realización en el orden del tener que siempre será relativo y fugaz obviando el orden del ser que permanece y que nos da más satisfacción.

Ahora nos preguntaremos ¿la felicidad se puede lograr en la vida? Se puede alcanzar la felicidad en esta vida, aquí y ahora o solo se la vive imperfectamente.

Un día al encontrarme con un amigo y queriendo conocer su opinión le pregunté: ¿Qué es para ti la felicidad?, ¿Se puede tener una vida feliz? Él me contestó: La felicidad no se logra nunca, como estado mental y real concreto es irrealizable e inalcanzable. Y queriendo indagar le seguí preguntado ¿Es que tú nunca has sido feliz?, me respondió: La felicidad como un estado anímico, de alegría, emoción, si lo he sentido y es esporádico, que lo vivencio cuando alcanzo el logro de algunas metas que me propongo, sintiéndome bien, realizado, contento, pero después pasa, ahora tengo otras metas que no las he alcanzado y me siento infeliz y me conlleva a luchar para no sentirme destruido y triste. Entonces le pregunté: ¿pero has sido feliz?, por eso tienes ánimo de luchar y sentirte feliz siempre. Es verdad, me respondió, porque he experimentado esta alegría quiero cada vez más y más realizarse, ser feliz, aunque no sé donde está, pero me propongo metas para encontrarla en mi vida. Pero la felicidad es subjetiva me dijo. Yo le pregunté ¿Por qué?, él me aseveró: Que la felicidad, la idea, las metas cambian de persona en persona de acuerdo a sus ansias y formación, esta variación personal hacen de que cada uno pueda buscar algo tan distinto y a la vez a veces realizarse en tan poco; pero que en sí todos se identifican en que buscan alcanzar un bien y la alegría al obtener lo que desean. Por lo tanto la vida feliz es situacional y efímera y la felicidad no existe, solo existe la satisfacción temporal.

En el mundo hay muchas personas que piensan como mi amigo y otros que buscan su felicidad en materialidades, ahora espero que al comenzar el comentario de la obra de San Agustín sobre “La Vida Feliz” (De Beata Vita), pueda despejar dudas y ayudar a las personas que lean este artículo a tener una idea de la felicidad y de su vida en pos de ella.
San Agustín después de lograr su conversión comienza a filosofar preguntándose por problemas que redundan en el hombre, como la felicidad. En su obra: “La vida feliz”, que es un diálogo que mantuvieron el santo y un amigo suyo, dan unas directrices para buscarla y alcanzarla desde la realidad contingente y experiencial que vive el hombre.
La felicidad es parte del hombre y este la descubre desde el inicio de su vida con la ayuda de la razón, por eso dirá: “Nadie puede vivir sin vida” y esta vida pertenece a la parte espiritual del hombre que da forma al ser, esta vida no le es propia le es dada como un don, don de Dios, por eso, el anhelo de felicidad no es humano sino divino y le es dado por Dios. Buscarla es vivir y para lo cual es necesario alimentarse, según San Agustín la alimentación se da en dos niveles: la corporal que determina su crecimiento y la cual es necesario desarrollar hábitos y la espiritual (neuma) que con el pensamiento determina su crecimiento intelectivo para el cual es necesario “conocer”. San Agustín sabe que la felicidad “es el supremo bien” y que sé es feliz cuando se posee el bien, por eso apunta a una vida ética que busque alcanzar la felicidad con el virtud propia de la voluntad “desear lo que es bueno” dirigido por el hábito del conocimiento “saber que es la verdad”. Él se pregunta: ¿”Todos queremos ser felices”?, y le podemos responder que sí, porque es un derecho connatural del hombre y para lo cual ha existido, algo que como regalo solo tiene que descubrirlo y apacentarse, una razón ontogenia de la existencia de mi ser. Según el santo, esa felicidad es parecerse a su creador: Dios.

Pero alcanzarla supone un esfuerzo, un luchar porque lo que cuesta vale, San Agustín sabe que es necesario una vida adecuada y pregunta: ¿Se puede ser feliz sino se tiene lo que se desea? No. El hombre al desear y dirigirse hacia algún bien, pone sus fuerzas en alcanzarlo como una meta que aún siendo simple causa conmoción a la persona, porque es su deseo y fin mediato. Muchas veces deseamos bienes materiales no obtenerlos nos destruyen, frustrándonos, otras deseamos bienes espirituales, no alcanzarlos nos volvemos vacíos como “la mequicia o maldad”, y dejamos de ser. Esto es mucho más triste, no conseguir un bien espiritual, por eso San Agustín utiliza el habito como medio para ordenarnos y alcanzar el bien que nos llene corporal y espiritualmente pero obviamente es necesario que este habito este regido por el conocimiento, el saber cuan bueno y útil es para mí el bien que deseo. En el mundo globalizado en el que vivimos, se desea vivazmente bienes materiales que aparentemente son valiosos pero que en realidad no edifican al ser; en contrapunto, se rechazan bienes espirituales muy óptimos para la persona, todo por no conocer y saber dónde está la verdad, dejándonos llevar por el atractivo de la estética tentadora de las cosas modernas.

En el discernimiento agustiniano, el aspirante a la felicidad debe obtener el bien simplemente con quererlo, un bien que para realización del hombre no tiene que ser igual a la naturaleza física de las cosas que es deveniente, por eso, las características de tal bien es que sea permanente, seguro, independiente de la suerte, no sujeta a las vicisitudes de la vida inmoral e inmortal, intuyendo que el único bien con tales notas se encuentra en el ser de Dios. “El hombre es feliz porque alcanza la felicidad con Dios”. Pero llevar una vida feliz presupone conocer este bien y pretender alcanzarlo. El hombre de hoy concibe la vida feliz en el tener no el “Bien”, sino algún bien al que aferrarse, todo depende de su formación y de su capacidad de contemplación; desear bienes es bueno pero cuando más perfecto sea el bien más feliz será nuestra vida en buscarlo, un bien por muy material y simple que sea y realice al hombre, solo representa ínfimamente “el bien” por excelencia, es decir Dios que es el “Sumo Bien” y “la Suma Medida”.

Por eso, la felicidad humana en el mundo es satisfacción por lo simple de los bienes materiales y es pasajera, más la felicidad en el cielo es satisfacción eterna es el único que puede llenar al hombre.

Frente al materialismo, el obtener bienes materiales y concretos que nos edifiquen y realizan en nuestra vida siempre será relativo y temporal, aún dentro de la connotación de tiempo mortal, un bien material está supeditado en cuanto para mí perdura su uso, razón y valor y eso es variable frente a mi juicio, produciendo inseguridad, hastío, vacío y temor ante los accidentes y efectos que se puedan dar en tal bien material, aunque todo esto no le quita su característica transcendental de bondad que posee como ser. El hombre se sacia en la totalidad de su ser y lo espiritual por no permanecer materializado y condenado en el tiempo es superior.

La vida feliz es un encontrarse uno mismo con su ser, solo interiorizando sobre lo que realmente necesitamos, podremos discernir de aquello que nos llama tanto la atención, que no se identifica con nosotros y nuestra dignidad humana, no estamos en consecución de identificarnos con todo esto que permanece en el mundo sino con lo inmortal, con Dios y su ser que es superior e impasible.

San Agustín dice “Es feliz quien posee a Dios” ¿Se puede poseer a Dios? me pregunto, el Santo al decir esto no habla en un sentido estricto de poseer toda la totalidad de un ser que en Dios es infinito y superior, pues dejaría de ser Dios si se poseyera completamente en nosotros que somos limitados. Poseer a Dios es participar de una parte ínfima de Él y que se nos da en la gracia, que hace extensiva su esencia, esto se relaciona con el constitutivo de nuestra esencia divina “semina verbi” y se identifica en conocerse en tanto imagen de Dios soy.

Tener a Dios en este sentido es ser bienaventurado y solo se logra viviendo de acuerdo a la virtud que Aristóteles lo visualiza como “una actividad conforma a la felicidad” asemejándose al pensamiento de nuestro autor, vivir bien es un logro personal de todo ser humano que cumple no su voluntad pues sabe está dominada por sus pasiones sino la voluntad de un ser que por conocimiento teológico natural–revelado sabemos que es trascendente a cualquier barrera humana, al hacer la voluntad de este ser nos asemejamos a su trascendentalidad y seguros de que no nos equivocamos ni erramos en el camino pero esto se realiza en el interior del hombre que participa del misterio divino; y solo con un alma limpia se puede contemplar y discernir pasando de nuestra visión real y material a lo que es espiritual, pues se deja atrás la vida del ser del mundo que cegado mira su ambición, provecho y defecto. San Agustín habla desde su experiencia, él que enredado en el mundo y la concupiscencia quiere vivir bien y ser feliz no lo alcanza por más que lucha y busca llenar el vacío en corrientes y formas de pensamientos contemporáneos como el maniqueísmo, etc.

Pero al encontrarse con Dios en su vida descubre la virtud y la voluntad de este ser divino, una voluntad que no es fácil seguirla, que conlleva esfuerzo y que le causara sufrir pero que al final lo logra contemplando la verdad y obteniendo una vida feliz.

Es verdad lo que dice San Agustín: “Quien busca a Dios cumple su voluntad” porque todos los seres creados (las cosas) buscan a Dios, y en es búsqueda participan de la felicidad divina, pero no del todo porque el que busca aún no lo posee, sino como dirá San Pablo: “Un anticipo del reino” la posición completa se da solo en tanto la capacidad del hombre de abrirse a su creador, mientas que Dios como infinito posee y es dueño de todo lo creado, el hombre lo posee en la posesión total que hace Dios de sí mismo.

Hay una realidad muy difundida en la concepción humana actual que el hombre puede ser recto en la medida de su fuerza y de su lucha contra el mal que transgrede su ser, una falaz idea; pues si bien podrá se aparentemente bueno y recto en el interior, si le falta Dios se abre un vacío en su ser que lucha, no obtiene recompensa ni medida de razón, sería un autómata, programado a actuar frente a un estímulo que le tienta realmente pero el resultado sería satisfacción de un instante, porque la felicidad plena se da en el amor que se descubre después de caer y levantarse en una lucha constante con el mal con la finalidad de llegar a poseerse en la posesión de Dios. Por lo tanto solo vivirá bien el que cumple la voluntad del Señor.

“Nadie puede llegar a Dios sin buscarlo” dice nuestro autor, pero en este pensamiento se encierra un misterio, solo Dios es buscado cuando él se deja buscar, de lo contrario erraríamos en buscar a un ser que en nuestra razón febril no es alcanzable, ni encontrable, solo él concede el medio de encontrarle y la gracia para vivir bien, aquí se muestra la misericordia y lo propicio que puede ser Dios con el hombre que pudiendo hacerlo inferior a lo creado, lo hizo el ápice de la creación, su obra cumbre poco menos que los ángeles (Salmo 2) y con la libertad para llega a él en su uso recto de esta facultad.

Pero el hombre al hacer mal uso de la libertad y de la conciencia coacta la identificación humana y divina y al no realizarse el hombre experimenta un vacío existencial por más que se llene de vanidades, porque el placer es momentáneo y la felicidad pide permanencia, y al sentirse vacío y solo este hombre piensa que Dios le es hostil por no sentirse realizado, mientras que solo el ha buscado su propia infelicidad en su infidelidad.

La vida feliz, el alcanzar la felicidad en la vida es ser propiciado de Dios que anima el ser a una completa identificación y realización de la humanidad en la divinidad. Ser feliz es conseguir esta bienaventuranza que no aleja al hombre de la realidad como lo concebían los helenísticos en al antigua Grecia; Platón que miraba el mundo de las ideas como lo perfecto y el mundo de las apariencias como lo imperfecto y malo, o Aristóteles que se realizaba en una contemplación casi beatifica de una verdad deificante pero nada comparada con la polis, o también como Plotino que llegar al Uno de donde emanaban todos los seres era lo mejor y lo único nada comparado con los seres contingentes. La bienaventuranza enmaraña al hombre en su ser y en su realidad existencial por eso puede ser feliz, aquí y ya en la vida, el hombre mediante esta interiorización y encuentro podrá despojarse de sus vanidades que le afanaban en el mundo, es necesario mirar que el feliz lo es no por lo que tiene, sino por lo que es, por eso será feliz en la indigencia, en la pobreza pues habrá experimentado la riqueza del ser de Dios. Esto para San Agustín presupone conoce la verdad por eso concluye en su obra: “la vida feliz, que consiste en conocer piadosa y perfectamente quien nos guía a la verdad y los vínculos que nos relacionan con ella, y los medios que nos llevan al Sumo Modo”. Y esta verdad es Dios que ha sido revelado en Jesucristo el que nos guía y el vínculo que nos relaciona a él es la vida virtuosa solo con la sabiduría que es la moderación del ánimo para no exaltarse ni derramarse ante la plenitud que es Dios, y el medio para llegar al Sumo Modo es el amor. “El amor es el alma de la vida ética, cuya consecución es la felicidad”.

El camino a la felicidad es la vida, en la cual es necesario el filosofar “no hay otra causa de filosofar que el logro de la felicidad”. Todo en San Agustín se organiza perfectamente: Conocer la Verdad que es Dios, buscarla con anhelo “con todo el alma” sabiendo que “Dios es la fuente de la verdad”, “¿Qué otra cosa es vivir felizmente, sino poseer algo eterno por el conocimiento?” interiorizarla en el ser, no como un mero conocimiento especulativo, sino como un saber que exige posición y esta posición se da en el hacer “el hábito” la virtud y su dirección a conseguirla completamente en “el amor y la fe” de la que nos pedirá cuentas Dios al atardecer de nuestra existencia.

Nada me resta decir solo que San Agustín ha hecho posible el pensar en la felicidad como un camino consecutivo y graduado, un camino que él mismo ha vivido y que lo cuenta en su obra “Las confesiones”, él mejor que nadie conoce el interior del hombre, él mismo lo ha marcado, llegando a ser Santo y gozando de la Verdad y de la felicidad lograda ya en su vida después de su conversión.

“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba, y deforme como era, me lanzaba sobre esas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera, exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti. Y siento hambre y sed, me tocaste, y abraséme en tu paz”.

“Fecisti nos ad te et inquietum est cor nostrum, donec requiescat in te”.
Nos has hecho para ti, Señor y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

El Dios Verdad es “Verdadera y Suma Vida, felicidad por quienes son bienaventurados cuantos alcanzan la bienaventuranza”.
San Agustín


Comentarios

Entradas populares